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lunes, 1 de junio de 2009

Los hermanos Santibáñez

No ocurre con frecuencia el hecho de que dos hermanos se distingan en una misma disciplina. En el fútbol tenemos el caso de los hermanos Onega o los Barros Schelotto, pero en ambos casos uno de ellos pudo diferenciarse del otro. Los Milito podrían ser un caso de excepción en el ámbito futbolístico. En otros deportes podemos citar a los hermanos Gálvez, dentro del automovilismo, o un par de parejas que son más cercanas a la historia que deseo contarles. Ellos serían los hermanos McEnroe o los Brian actualmente, en ambos casos vinculados al tenis.

Los ejemplos anteriores se refieren a casos de grandes deportistas de nivel mundial. Los hermanos Santibáñez fueron célebres en nuestro polvo de ladrillo, muchas veces sospechado de contener una tierra negra y arenosa en lugar de ladrillo. La madre de los Santibáñez, doña Clotilde Mejía, hermana del mecánico Blas, ha sido dueña de una sinceridad que espanta, a tal punto que siempre sostuvo que sus hijos, seis en total, venían al mundo para hacer más sencillo el trabajo de su madre, aunque a decir verdad hacían el trabajo por completo.

Fue así como Lucas y Fernando, los menores, heredaron tareas impuras (vale recordar la inexistencia de cloacas en el pueblo) y de riesgo. Nunca rehusaron a una tarea y hasta faltaban a clases para poder mantener feliz a su madre.
La consistente ausencia escolar derivó en una lógica ignorancia y analfabetismo por parte de nuestros futuros tenistas, aunque dichas tareas los hermanaron aún más entre ellos.

Los otros cuatro hermanos mayores tuvieron suerte dispar, algunos en intentos deportivos y otros en lances con los naipes.
Un rasgo distintivo de los Santibáñez en su juego fue que nunca utilizaron raquetas. De hecho, según cuenta nuestro amigo Efraín Sotelo en su libro “Los Santibáñez, el tenis y las pelotas”, es muy probable que nunca supieran que estaban jugando al tenis. Cito un párrafo de dicho volumen:

“El primer partido de tenis disputado por los famosos tenistas de nuestra tierra tuvo una duración exacta de catorce minutos. Comenzó mientras se arrojaban piedras nuestros insignes deportistas, cuando iluminado por vaya a saber qué, Lucas respondió una pedrada golpeando la piedra con una tabla de madera, que en adelante sería su raqueta de la suerte. Catorce minutos le tomó a Lucas aprender el deporte, durante los cuales golpeó en cabeza, tórax y tobillos a propios y extraños. Su habilidad era evidente para cualquiera que estuviera avezado en el ámbito deportivo.”


Más allá del talento de Sotelo para describir la escena, convengamos en que la violencia no es algo tradicional en el deporte blanco. Lucas era el más fuerte y Fernando era más pensante y talentoso. Cuando le tomaron el gusto a golpear piedras con una tabla, Fernando ponía latas sobre el palenque para que Lucas las golpeara y ganara precisión. Más de una vez golpeó todas las latas y a dos caballos con sus respectivos jinetes. En “Los Santibáñez, el tenis y las pelotas” nuestro cronista deportivo nos cuenta cómo surgió la primera cancha de tenis, humilde y modesta:


“Don Blas estaba durmiendo la siesta cuando llegaron los hermanos a jugar con sus tablas y sus piedras. En el pueblo, todos lo sabemos, la siesta es sagrada y no debe interrumpirse. El tío salió a correrlos con un par de boleadoras en la mano y que alcanzó a arrojarles, volteando a Fernando a una distancia de cincuenta metros.


Ambos chicos fueron a la cancha de bochas, sabiendo que los viejos estarían durmiendo y ellos dispondrían de espacio para jugar. Dividieron la cancha por la mitad utilizando las boleadoras, situándolas a medio metro del suelo para evitar la astucia rival. Vale recordar que ellos no jugaban a meter la piedra dentro de los límites de la cancha sino a golpear al adversario hasta hacerlo caer. Esto fue muy importante en la formación del carácter de cada uno. Fernando golpeaba con estilo, golpes de revés a dos manos, piedrazo descendente con slice, mucho efecto en el saque. Lucas buscaba golpes más planos, directos hacia las rodillas para disminuir la movilidad del rival, siendo su mejor juego el de saque y volea.”


Observar a estos chicos generó un movimiento tenístico en el pueblo por parte de los muchachos jóvenes. Se armó un circuito regional invitando a chicos de otros pueblos, quienes no aceptaban la invitación al no entender de qué trataba el nuevo juego.
El primer duelo jugado y ganado por los Santibáñez también es narrado por Efraín Sotelo en su anteriormente citado libro.

“Lucas y Fernando tenían once y doce años respectivamente. Daban ventaja en este punto porque los chicos de su edad jugaban al fútbol y al circuito se inscribieron siete parejas, además de los Santibáñez, con un promedio de edad de treinta y dos años.


Sin embargo el talento salió a relucir desde el primer momento. Ganaron el sorteo y eligieron sacar, resultando esto de vital importancia para la futura victoria. Lucas sacó fuerte y hacia el cuerpo del rival quien, lento en sus reflejos, se quedó estático y recibió el golpe justo allí, en la zona baja. Fue un golpe letal, un ace, que otorgó una victoria en el debut y los llenó de confianza para el futuro.”


Finalmente se alzaron con el torneo, que repartió premios de gran valor: tres docenas de huevos, una gallina ponedora y un par de piedras redondeadas para el campeón; dos docenas de huevos y un par de tablas sin lijar para el subcampeón. Además se entregó una docena de huevos a cada pareja participante.


El circuito creció rápidamente aunque no tanto como la fama de los Santibáñez, que fue lo que al cabo los llevó a la ruina. Fernando y Lucas ganaron veintiséis torneos jugando en pareja hasta que llegó la hecatombe: don Melián organizaba un torneo individual y ponía premios de su almacén, el más conocido y respetado del pueblo y sus alrededores.


Los hermanos tuvieron un diálogo que sirvió para anticipar lo que sucedería con ambos a partir de aquel torneo nefasto. Nos cuenta Efraín Sotelo:


“Ante la noticia del torneo de singles ambos hermanos acordaron reunirse para charlar después de cenar, mientras acomodaban el chiquero. Una vez allí, apenas iluminados por el resplandor de la luna y observados por la piara de cerdos, se dijeron:
-¿Vas a jugar el torneo de don Melián, Lucas?

-Si, los premios son buenos y necesitamos la comida. Además al ganador le entregan el frasco de bolitas… debe tener como mil bolitas.

-No exageres. Yo también quiero jugar el torneo. Por la gloria, no por el premio. Vos sabés que a mi me gusta el hecho de practicar y no sólo ganar.
-Si, siempre fuiste bastante pecho frío. Decí que en las bravas aparecía yo…-

-¿¡Qué estás diciendo!?

-Dale Fernando, sabés que fue así. A vos te gusta pasar la piedra y listo. Yo quiero que mi golpe sea definitivo, la victoria es lo único que importa. Y el premio.

-Pensé que éramos hermanos…-

-Somos hermanos…-

-No me interrumpas. Te voy a decir lo que pienso. Antes éramos hermanos, cuando existía la necesidad de serlo, de tener un compañero de aventuras, un confidente, un cómplice. Ahora somos dos personas más, con un pasado común y un futuro que nos va a separar más todavía. La hermandad es algo que sucede en el pasado, un vínculo que se cumple plenamente durante la infancia y se va perdiendo hacia la adolescencia, sino fíjate lo que pasa con nuestros hermanos mayores. Suerte en el torneo.


En este momento sería muy romántico el hecho de hacer deslizar una lágrima, pero mi pluma contará la realidad y esa realidad marca que Lucas, enojado o acaso aturdido, le tiró una pedrada por la espalda a Fernando, impactando en su hombro derecho.”


Finalmente el torneo se disputó un domingo, ante la queja de la muchachada que prefería ir a ver el fútbol. El destino hizo que los Santibáñez se cruzaran en semifinales. El partido es el más recordado del pueblo y el talento de nuestro periodista deportivo por excelencia nos brinda una crónica del mismo, que servirá para finalizar esta historia:


“Creo que utilizar la terminología tenística para este trascendental encuentro es relevante. Para una descripción inicial será mejor utilizar términos corrientes: habrá sido Dios quien, observando la lucha entre Caín y Abel, envió un aguacero que retrasó el comienzo del partido y transformó en barro al polvo de la cancha, pero fue don Melián quien obligó a jugar amenazando con quitar los premios entregados por su almacén, que se lucían en una mesa especialmente armada detrás de una de las cabeceras de la cancha. Es sabido que el almacenero es ateo, y de los fanáticos.

Pasadas las cuatro de la tarde ambos parientes se encontraron, por primera vez sobre el terreno de juego, en bandos rivales. El sorteo favoreció a Lucas, quien sonrió al ver la cara deforme de la moneda otorgándole el saque inicial. Tomó su tabla de la suerte y envió un violentísimo golpe, buscando el revés de su hermano, para rematar con una volea de derecha. Su plan estuvo cerca de concretarse pero el revés a dos manos de Fernando era muy bueno y su devolución impactó directo en la frente de Lucas. El golpe fue absolutamente certero pero no letal y le permitió continuar jugando a Lucas, ahora recibiendo el saque.

El juego fue de un alto nivel, un nivel nunca visto por estos lares y acaparó la atención de todos los que no estaban durmiendo la siesta, que suele extenderse en días de lluvia tan copiosa y constante como la lluvia de aquel domingo. Entendieron, pese a no conocer el reglamento, que aquello no era un partido sino una batalla, que se jugaban la gloria y la chancha Merceditas, precioso ejemplar de don Melián.


Ambos tenistas estaban golpeados, sangrando y extenuados. Fue Lucas quien en un rapto de lucidez, más habitual en su hermano, entrevió una jugada que daría por terminado no sólo el partido sino el torneo mismo. Observó su entorno, realizó cálculos y espero tener la chance de estar al saque en el siguiente cambio de lado. Antes debía soportar un saque envenenado de Fernando, inofensivo cuando comienza el partido pero a esta altura tan peligroso como cualquier otro golpe. Fernando no tuvo fuerzas para aprovechar el servicio, estrellando su piedra en el borde superior de la boleadora. Cambiaron de lado y pareció que Lucas le dijo algo a Fernando, algo que se interpretó como un desafío, como una amenaza de compadrito.


Había mucha gente, eran tantos que la mesa donde estaban los premios tuvo que ser corrida hacia un costado para que el pueblo pudiera estar cerca de sus tenistas. Lucas se tomó unos largos segundos en seleccionar la piedra adecuada. La arrojó hacia el cielo y cuando llegó al cenit la impactó con todas sus fuerzas, con tal violencia que se partió su tabla y la piedra voló a una velocidad digna de los hermanos Gálvez. Fue un impacto directo, letal y definitivo. Lucas salió corriendo instantáneamente detrás de la piedra, dejando su tabla quebrada sobre la tierra, y se apoderó del frasco de bolitas. Corrió hacia el horizonte y nunca más hemos sabido de él. Algunos dicen que vive en un pueblo vecino, otros mencionan que se trasladó a Unquillo y cambió su nombre.


Finalizado el episodio, ante la sorpresa general, todos se acercaron a don Melián para levantarlo y advertir si el piedrazo lo había matado.

-Sólo es un fuerte golpe- dijo el doctor Monsalvo.
Tras calmarse y con el murmullo general como fondo, el tío Blas se acercó a Fernando y le preguntó qué fue lo que le había dicho Lucas durante el cambio de lado.
-Me dijo: Esto lo voy a arreglar yo ahora mismo, hermano.”

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