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lunes, 8 de junio de 2009

El mejor comentarista del mundo

Oscar Martuolo fue una de las primeras, de las pocas, personalidades que trascendieron la frontera de nuestro pueblo. Su fama lo llevo a ser reconocido en varias localidades primero, luego en provincias cercanas y más tarde directamente al estrellato nacional y hasta al mundial. Poco conocemos hoy en día de esta gloria del comentario deportivo.

Para nuestra suerte existen personas como Efraín Sotelo. El orgullo de nuestro pago ha trabajado en la biografía de quienes muchos juzgan el primer comentarista deportivo, al menos en los términos en los que se lo define en la actualidad. Ha entregado un resumen, muy completo debo decir, al periódico local y desde sus páginas rescato algunos extractos para compartir con ustedes. Puede leerse en “Alarido matinal”, dentro de su sección Alarido espectacular.



“Muchas veces sucede el milagro dentro del campo de juego. Un hombre impone su voluntad contra toda adversidad, prevalece su valentía y arrojo por sobre los once ocasionales rivales. El milagro debe ser comentado por alguien para que no se pierda cuando el viento pase a recoger las sobras del encuentro.

Oscar Martuolo fue el testigo imprescindible para que las hazañas de nuestros deportistas tomaran forma de leyenda, se impregnaran en la memoria popular y adquirieran el rango de inmortales. Paradójico destino el de Martuolo, olvidado y sin biógrafo que lo pusiera en el lugar que merece, lugar que debió conquistar su extensa y gloriosa carrera pero que no lo ha alcanzado, al menos hasta hoy. Efraín Sotelo es mi nombre y seré el primer biógrafo de este extraordinario hombre.”

En el párrafo anterior puede advertirse una verdad evidente: he hablado con muchas personas, algunas mayores y otras muy mayores, y ninguna ha sabido decirme quién fue Oscar Martuolo. En cambio todos han reconocido varias de sus mejores narraciones, sus frases o latiguillos. Parece que este personaje dejó huella, aunque nadie conociera su nombre. Continuemos con las palabras de Sotelo.

“Ya conocemos sus proezas, son de uso común y hasta algunos se han apropiado descaradamente de cada descubrimiento efectuado por Martuolo. No voy a dar nombres por ser un camino inconducente, pero es sabido que José María Muñoz se inspiró en el comentario de Martuolo, con aquello de anticipar el gol ya próximo a producirse.

Justamente allí reside la grandeza de nuestro paisano, en su enorme capacidad que lo ha llevado a ser repetido hasta la actualidad por quienes son juzgados como las nuevas influencias del periodismo local. Lamentable actitud la de estos canallas que no le reconocen el menor mérito y hasta niegan conocerlo. ¡Infames!”

Si bien no es el proceder indicado, aquí observamos la indignación de Sotelo por la ingratitud no sólo del público en general, ingratitud hasta perdonable, sino de los nuevos comentaristas y relatores que se han nutrido con el material de nuestro Oscarcito, denominación cariñosa y que detestaba profundamente.

“Cuando Martuolo se inició en el rubro deportivo, pues se había recibido como periodista años atrás, no existían las comodidades de hoy en día. Tanto el relator como el comentarista desarrollaban su trabajo a cielo abierto. El primer partido que se suspendió por lluvia dentro de nuestros torneos regionales fue determinante para la carrera de Martuolo. Había caído tanta agua que el campo de juego estaba anegado, tenía un aspecto de ciénaga con arcos. En un acto sin precedentes, Oscar Martuolo bajó los escalones hasta llegar a la cancha cubriéndose con un paraguas rojo que había tomado prestado de su abuela. Pobre mujer, esa tarde fue a hacer los mandados y se quedó varada a mitad de camino, temblando por el aguacero y el viento frío. Esa tarde la abuela de Martuolo pasó a mejor vida.

Oscar se metió en el vestuario del árbitro, con el paraguas abierto:
-Cierre ese paraguas, Martuolo. ¿Quiere contagiarme con mala suerte? – dijo el juez.
-Quiero que suspenda el partido, con este temporal no se puede jugar. El paraguas no lo cierro porque acá adentro llueve más que afuera, hay que arreglar el techo.-
Aquellas palabras de Martuolo calaron hondo y surtieron una suerte de doble efecto: por un lado el juez suspendió el partido y la muchachada colaboró en la refacción del techo del árbitro, del vestuario local y sospechosamente no pudieron arreglar el visitante, del que desaparecieron varios listones y chapas. Por otra parte Oscar Martuolo notó el enorme poder que le otorgaba el micrófono y que a partir de ese poder podía jugarse más en sus comentarios. Había suspendido un partido y solucionado un problema edilicio, ¿qué se le podría negar?”.

Durante los siguientes años el comentarista logró pasar por varias radios, todas de pueblos vecinos, hasta que le llegó la gran oportunidad en una radio importante de Tucumán. Allí fue Martuolo con todo su oficio y su talento. Todavía lo recuerdan, no a él sino a su comentario, de un San Martín y Atlético Tucumán. Según reproduce Sotelo, la leyenda es más o menos la siguiente:

“La vida profesional del gran comentarista argentino no tuvo una larga duración en la provincia de Tucumán, aunque ello no le impidió ser recordado por los comentarios vertidos durante un clásico. El relator era un muchacho, José Melgarejo, reconocidísimo por aquellos años y de quien estoy preparando una biografía, dicho sea de paso.

El primer gol del partido fue un tanto madrugador de San Martín, a los seis minutos del primer tiempo. De allí en adelante el santo tucumano se refugió en su terreno y Atlético se lanzó en una feroz ofensiva. Los comentarios iniciales de Martuolo fueron los tradicionales ante estas situaciones.

-El gol de Atlético está al caer, ¿no es cierto Oscar?- preguntó Melgarejo.
-Es probable, pero guarda con la contra de San Martín. El puntero derecho, el petiso pelirrojo, es rápido y pícaro, si le dan espacio los vacuna otra vez.-
Los hinchas de Atlético que estaban en la platea, cercanos a Martuolo, no tomaron a bien el comentario y le dijeron algunos improperios que no reproduciré por una cuestión de buen gusto. Martuolo hizo oídos sordos a estos dichos y prosiguió con su trabajo.
-Míralo al dos de Atlético, José. Tiene menos pinta de jugador de fútbol que de bailarín de tango. Se dice que en Buenos Aires los bailarines de tango son raritos.-
Atlético seguía empeñado en su ataque pero no podía vulnerar al arquero de San Martín, gran figura durante el primer tiempo. Esa primera mitad terminó con la ventaja mínima para el santo, con gol del petiso pelirrojo.

La creciente hostilidad a su alrededor no amedrentó a nuestro coterráneo y en su escueto pero certero comentario durante el entretiempo dijo:
-Si esto sigue así, Atlético no empata ni que juguemos una semana. El arquero de San Martín tiene las dos manos puestas, no como el otro…-
En ese momento aprovechó una distracción para ir al baño y así esquivar a dos muchachos, algo entrados en carne, que no coincidían con su parecer y pretendían hacérselo saber. La astucia de Martuolo evitó esta situación, de haber sucedido podrían levantarse sospechas de que él acomodaba su opinión según a la cancha que iba. Es notable que a partir de ese partido esa fuera su conducta permanente.

Doce minutos habían transcurrido del segundo tiempo cuando el petiso pelirrojo corrió por la derecha, desbordó a su defensor y en lugar de enviar un centro prefirió patear al primer palo, anotando el segundo gol.

-Se lo dije a estos chitrulos. El petiso ya les metió dos, sigan así y les emboca tres pepas más. Cambien al bailarín ese y al que tiene la tricota del arquero.-
Para fortuna de Atlético, y del propio Martuolo, inmediatamente el local logró descontar con un gol en una jugada poco clara, luego de un corner.
-Mirá vos, le metieron uno al fenómeno. Ese si sabe atajar. Ahora quédense satisfechos porque esto sólo va a empeorar.-

Quiero advertirles que Oscar Martuolo nunca se declaró hincha de ningún equipo y nada hace sospechar que estuviera a favor de San Martín. Su comentario, más cercano a los hechos o un poco alejado, no podía tildarse de deshonesto bajo ningún concepto.
Faltaba un minuto para finalizar el partido y Atlético empató a través de un penal. Esta es la impresión del crédito de nuestra tierra:
-Si me regalan un penal, como caballero que soy, lo tiro afuera. Pero qué se puede esperar de esta gente…-

El partido finalizó empatado en dos y con Martuolo corriendo entre la muchedumbre. Fue su primer clásico grande y el último que comentó en Tucumán.”

Su renombre lo llevó a trabajar durante los siguientes años en Córdoba y Santa Fe. Estuvo en todos los clásicos disputados en esas provincias y tras un partido entre el Racing cordobés y San Lorenzo un hombre se le acercó. Nos cuenta Sotelo:

“El siguiente diálogo fue el que le cambió la vida a Oscar Martuolo:
-Muy buen comentario, lo felicito.-
-No me felicite a mi - dijo Martuolo con la humildad que lo caracterizaba - felicite en todo caso al cinco de San Lorenzo, si no fuera por él se vuelven a Buenos Aires con la goleada más grande de todos los tiempos, pero el cinco hoy decidió que no quería perder y metió dos goles, los evitó sacando la pelota sobre la línea y lo más importante, obviamente, fue reventar de una patada al diez de Racing, que salió en camilla y ahora me informan que está hospitalizado.-
-Si, tiene razón. Yo le quiero hacer una propuesta para que vaya a comentar a Buenos Aires, trabajo en una importante AM y lo quiero acompañando a nuestro nuevo relator, acaso lo conozca, se llama José Melgarejo.-

Martuolo lo pensó y al cabo de veinte segundos aceptó la propuesta. Viajó a la gran Capital para hacerse famoso a nivel mundial.”

Los primeros comentarios de Martuolo en Buenos Aires no fueron de gran relieve, comenzó trabajando en partidos de segunda división y un año le tomó acercarse al fútbol grande de nuestro país. Tuvo tres años de buenos comentarios, fiel a su estilo.
Un partido de la Copa Libertadores de América fue la que le dio trascendencia mundial. Efraín Sotelo nos brinda sus líneas al respecto:

“Martuolo ya había comenzado a enviar órdenes durante su comentario, no limitándose a dar una idea global del juego sino haciendo una especie de futurología.
-Dásela al ocho que está solo, infeliz.-
Según una historia, sin confirmar, le habría dicho a un entrenador, durante el entretiempo, que cambiara al nueve porque no le convertiría un gol ni al arco iris y además lo destrozaría con su comentario.

Independiente visitaba a Peñarol en Montevideo. Era un partido sin importancia, ambos estaban preocupados por su rendimiento en el torneo local y ponían equipos alternativos. Martuolo de todas formas encaró el partido con la relevancia que correspondía a un encuentro de Copa Libertadores.

-Independiente debe jugar al fútbol para contrarrestar al poderío local. Un equipo aguerrido que aprovecha la localía y los favores de los árbitros.-
Guiado por el espíritu nacional, Martuolo orientó sus frases, más bien elogios, hacia el equipo de Avellaneda. Aquel primer tiempo quedó en la historia de la radiofonía argentina por frases como:
-El más grande equipo de todos los tiempos, señores. Rey de copas, el Independiente argentino pasea su fútbol por los campos del mundo, de local o visitante, con el mismo arrojo y la grandeza que su historia le impone. Lo lamento Peñarol, tu vecino rioplatense ha sido un muy mal huésped. Conseguí un mediocampista izquierdo.-

Lo llamativo del comentario era el resultado, ventaja parcial de dos a cero para Peñarol, y el trámite del partido, ya que Independiente no podía cruzar la mitad de la cancha y no pudo patear un solo remate al arco durante los primeros cuarenta y cinco minutos.
Llegando a los veinte minutos del segundo tiempo, Martuolo parecía molesto. Estas palabras así lo ilustran:
-Cruzar el Río de la Plata para ver a estos troncos, déjame de hinchar.-
Aproximándose el final del partido el conjunto uruguayo anotó el tercer gol, que resultó definitivo, dándole pie a nuestro comentarista para que dejara sus impresiones:
-Esto es un equipo, señores. No me vengan con Rey de copas ni Diablo ni nada. El Peñarol ha brindado una cátedra de fútbol desde el inicio mismo del partido. Fueron tres goles, pudieron ser quince y acaso me quedo corto. Para jugar así, muchachos de Independiente, no salgan del país. Peñarol fue demasiado, indudablemente es el mejor equipo del mundo. Y que lindos colores tiene su camiseta.-

Al llegar a Buenos Aires fue increpado por dirigentes del club Independiente, ante quienes negó haber declarado en contra de su equipo, siendo en su opinión perjudicados por la triste labor del árbitro, determinante en el resultado final del juego.

Durante la siguiente semana recibió llamadas de la dirigencia de Peñarol, a quienes les dijo que de ninguna manera puso en duda el honor de su club y que nunca había insinuado que el árbitro fuera sobornado. Según su opinión, el juez debió expulsar no menos de tres jugadores argentinos.
Algunos días después fue el propio árbitro quien se comunicó con Martuolo, y protagonizaron el siguiente diálogo:

-Martuolo, ¿usted anda acusándome de ser sobornado para beneficiar a Peñarol?-
-De ninguna manera. Esos son rumores que los dirigentes echan a correr para lavarse las manos. Siempre le echan la culpa a los arbitrajes.-
-No se lave las manos, a mi me debe un desagravio público.-
-Yo no le debo nada, es usted el que quiere hacerse famoso a través de mi persona.-
-¿Hacerme famoso a través suyo?-
-Si, señor. Es lo que usted quiere… y se puede arreglar, desde luego.-
Nada sabemos de Oscar Martuolo a partir de ese momento. Desapareció de la radio y pronto abandonó la gran ciudad, según el portero del edificio en que vivía. Casi nadie lo recuerda, salvo el verdulero a quien le debía algunas compras.”

Este fue un breve resumen del estupendo informe presentado por Efraín Sotelo sobre la vida del gran comentarista Oscar Martuolo. La prensa internacional de aquellos años publicó informes criticando ostensiblemente a un periodista latinoamericano involucrado en casos de soborno, pero fueron sólo conjeturas y pocas certezas.
Según pude averiguar, el señor Martuolo todavía tiene intereses en Buenos Aires, donde ha instalado un centro de periodismo deportivo y a través del cual se han nutrido diferentes medios de comunicación.

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