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miércoles, 27 de mayo de 2009

Consejo de Reglamentación

Nuestro amigo Efraín Sotelo, el famoso periodista deportivo nacido en nuestras tierras, orgullo de nuestro pueblo, ha publicado días pasados un informe en el diario “Alarido matinal” que conmocionó a la opinión pública, al menos a la que sabe leer. Por estos pagos la práctica de la lectura viene después de jugar al fútbol, trepar árboles, iniciarse en los misterios de las cartas y los dados, correr los cien metros con obstáculos (algo de mucha utilidad, ciertamente) y jugar a las bochas.


El Consejo está compuesto por algunos de los más célebres integrantes de nuestra comunidad. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que han visto mucho fútbol y que son los encargados de proteger el espíritu del reglamento. Así mismo es necesario destacar cierta tendencia a conservar el grado de pureza de cada regla. Baste como ejemplo que recién hace siete años se permiten los cambios durante el partido. Dos cambios por equipo; y el árbitro tiene la potestad de ignorar el cambio si sospecha que se pretende demorar el juego o ejecutar algún tipo de maniobra artera o desleal.


En el pasado algunos han alzado su voz contra estos hombres, oponiéndose a sus decisiones o denunciando la inacción con que el Consejo suele trabajar. Ninguno de los denunciantes ha tenido suerte y recién ahora Efraín Sotelo ha conseguido una prueba de gran valor para exponer a los integrantes de tal institución.

El señor Sotelo pudo ingresar a una de las reuniones de la sociedad secreta, más conocida como “Consejo de Reglamentación y afines”, institución encargada de crear y modificar los reglamentos que se utilizan en nuestra liga. Nunca antes un periodista o persona alguna había podido participar de estos encuentros, por eso se la llamaba secreta. Por otra parte, todos sabíamos que cada jueves por la noche, cerca de las diez, se juntaban a charlar un rato acerca de las novedades, en la casa de Basilio Urdampilleta, quien era el presidente de dicha Sociedad. A continuación transcribo el artículo publicado por nuestro amigo Efraín Sotelo.

“Estimados lectores de la sección Alarido deportivo:
En estos días, de suma infamia para los rumbos de nuestro deporte, he tenido oportunidad de conocer desde el interior, desde las entrañas mismas, una de las reuniones que el retrógrado “Consejo de Reglamentación y afines” ha desarrollado en la residencia del Doctor Basilio Urdampilleta, presidente de la misma.

Me abstengo de llenar renglón tras renglón con los pensamientos que conforman mi opinión, voy a limitarme a contarles lo que vi con mis propios ojos, lo que escuché con mis propios oídos, lo que pude sentir en carne propia. Y no exagero en lo más mínimo.

Tuve acceso a la reunión gracias a un contacto interno. En época de vacas flacas, unos tres litros de leche pueden ser una llave de incalculable valor. Después de entregar este obsequio desinteresado tuve que esconderme detrás de un sillón durante seis horas, previo al inicio de la reunión. Llegue temprano para evitar sorpresas y para tener tiempo de encontrar una buena ubicación. El sillón era enorme y pude guarecerme con mi linterna y la libreta de anotaciones, documento de valor inconmensurable.

El primero en llegar fue el dueño de casa. Las primeras declaraciones fueron de orden familiar, detalles sin importancia salvo por el hecho de conocer los gustos de Basilio: juega a la quiniela de Montevideo todos los días, apenas llega se quita los zapatos y se pone unas chinelas, se lava las manos con jabón neutro y su prima está más buena que comer pollo con la mano. Sepan disculpar la digresión, pero vale la pena.

Cerca de las diez llegaron Venancio Gómez, estanciero de la zona del tero; Miguel Peñalba, hijo del farmacéutico que dio nombre a la farmacia “Antonio Peñalba e hijo”; Juan Crisantemo, representante de los árbitros y árbitro él mismo; y finalmente Torcuato Bancalari, intendente de nuestro querido pueblo desde que tengo memoria.

Pidieron brevedad en la reunión porque había pronóstico de lluvia y ya saben lo difícil que es manejarse en el barro. Se sirvieron varios licores, supongo por el color que se trataba de café al cognac, y tomaron asiento para discutir los temas más importantes, una semana antes del inicio del Torneo regional.

-Bueno amigos, vamos directo al grano. ¿Quién tiene algo para proponer en la reunión de hoy? Sólo hablaremos de cambios en el reglamento, para la próxima analizaremos el vandalismo en la cancha del Salsipuedes.
-Me parece que el Torneo se está poniendo un poco violento últimamente, Basilio. Tendríamos que endurecer las penas o hacer que los árbitros utilicen las tarjetas, la roja aunque sea, un poco más.
-¿Y a vos en qué te perjudica que se ponga más violento, Miguel? Te conviene, zapallo. Te van a comprar la farmacia entera si se siguen pegando.

Sobre Juan Crisantemo sobrevuelan densos nubarrones de sospecha sobre arreglo de cotejos, inclinación de cancha a favor de un determinado equipo, ser localista a ultranza y responder, ocasionalmente, los insultos de la hinchada. Una historia, acaso apócrifa, nos refiere cierta tarde en que él, solo con su valentía como aliada, pudo ahuyentar a unos barras bravas que quisieron intimidarlo, con la sola ayuda de un seis luces.
Si recomendaba que los jugadores fueran a la farmacia de los Peñalba era con la intención de obtener un porcentaje. Nunca daba puntada sin hilo.
-No busco ganar plata con las piernas destrozadas de los jugadores, Juan. Tampoco te digo que expulsen un jugador por partido, pero alguno de vez en cuando…

Si bien en este punto el farmacéutico parecía honrar a la memoria de su padre, puedo atreverme a dudar de sus intenciones. Es sabido que últimamente andan escaseando las medicinas en el pueblo, y que los clubes la compran con descuento por Obra Social. Entiendo que el señorito Peñalba desea menos lesiones únicamente por escasez de existencias.
-En mi época no se expulsaba a un jugador salvo que fuera un delincuente, y un delincuente probado ante la ley, con condena firme.

Me vi obligado a interrumpir la reunión, como si fuera una obligación moral. La charla terminaría en un arreglo oscuro que no permitiría a nuestros jugadores más hábiles desplegar su talento sin correr riesgos de una quebradura.
-No dudo de eso don Torcuato, pero inevitablemente me remite al “Púa” Giovannini, recio marcador del Sportivo Pan Casero, famoso por sus asaltos en la panadería de doña Prudencia, dueña del equipo.
-Mire de donde sale Sotelo, pierde toda credibilidad al asomarse desde abajo de un sillón. Levántese, por favor.- dijo Torcuato Bancalari.
-Las patadas que estamos viendo en la actualidad son de una brutalidad…- Me interrumpió Venancio, quien hablaba con un palillo en la boca.
-Es la brutalidad de los jugadores de hoy en día, Sotelo. El mismo “Púa” Giovannini era sutil en el golpe, además de que los jugadores no simulaban como ahora lo hacen.

Venancio había jugado algunos partidos de la liga regional. Nunca logró destacarse más allá de tener una velocidad endiablada para correr junto a la raya y alcanzar botellitas con agua fresca a sus compañeros de equipo.
-Discúlpeme don Venancio, pero Ismael Pedraza fue famoso por sus actuaciones en el campo de juego. ¿Recuerda aquella semifinal del ’74, cuando le cobraron dos penales? Mire si sería bueno actuando que salió a la cancha con un pulóver de lana sobre la camiseta, con los colores del equipo rival.
-Si, me acuerdo. Según le conviniera se sacaba o se dejaba el pulóver.
-Exacto, y ni que hablar de otras cosas, como el hecho de que tenía una pierna más corta que la otra, ¿cómo podía jugar? Simulaba que eran iguales.

En otra de mis futuras columnas hablaré de la maestría del señor Pedraza, quien merced a sus talentos pudo jugar varios campeonatos ante la mirada sorprendida de público y jugadores rivales. Su estilo para el pique largo era muy conocido en la zona.
-Le agradecemos la clase de historia, Sotelo. Pero no pensamos cambiar el reglamento por una patadita de más que puede haber en algún partido.- dijo Basilio.
-Ustedes son unos viejos sin visión del presente, se quedan en el pasado como si el fútbol no hubiera cambiado. Actualicen y aclaren su pensamiento, señores, nadie piensa en ustedes como unos viejitos venerables, eso se gana.-
-Nosotros respetamos la esencia del juego, Sotelo. Usted es de esos agitadores que no quiere que se juegue con orsai, quiere que se cambien los arcos de madera por otros de vaya a ser qué, esas payasadas de saludarse antes del partido. Déjese de estupideces, Sotelo, el fútbol es un juego de hombres.

La voz de Basilio era sin dudas la del presidente del Consejo, el guía supremo para quienes se pensaban defensores del fútbol y tan sólo alineaban su voluntad al interés de este hombre, la voz del viejo e intransigente guía de un “Consejo de Reglamentación y afines” más bien oxidado.
-Yo sólo deseo el bien del fútbol en particular y del deporte en general. Protejan a los habilidosos o se acaba el fútbol, señores.

Miguel Peñalba se había ido en medio de la charla. Cuando regresó me apuntó con el dedo y me hizo un gesto con la cabeza para que lo acompañara, mientras decía:
-Ya llegó la policía, Sotelo, tomatelás.
Así fue que me tuve que retirar con la protección policial, quienes me acercaron hasta mi casa bajo una lluvia insistente, que sirvió para dar por finalizada la reunión en la residencia del Doctor Urdampilleta, abogado.

Ahora ustedes podrán sacar conclusiones. No se apresuren en cuestionar y condenar el accionar de estos viejitos venerables, eso es fácil. Pregúntense qué es lo que hacen ustedes mismos por cuidar a nuestras joyas, a quienes nos regalan su talento partido tras partido hasta que un juez inescrupuloso deja que le corten las piernas mientras le dice siga siga, qué es lo que le permiten hacer a este Consejo obsoleto y ruin con los mejores futbolistas de nuestros potreros, de nuestra tierra.

Directo desde donde nace la primicia, este fue otro informe Sotelo”.

Todas estas cuestiones desataron una gran polémica en el ambiente futbolero de nuestro pueblo. Como ejemplo bastan las palabras de Luis Madero y Blas Mejía, mecánicos:
-Che Blas, ¿leíste lo que escribió Sotelo en el “Alarido”?- dijo Luis.
-Si, lo de los viejos.- respondió Blas, sin mirarlo.
-¿Te parece grave todo eso, no?- interrogó con acritud Luis.
Blas levanto los hombros y enarcó las cejas mientras hacía la clásica mueca de trompita con sus labios, en gesto inequívoco de qué me importa.

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