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lunes, 31 de agosto de 2009

Tragedia en el campeonato argentino de balero

Nuestro pueblo fue, en sus tiempos dorados, la sede del décimo campeonato argentino de balero. Tal evento, de una magnitud que excedía todo lo conocido por nuestras tierras, resultó revolucionario y movilizador. Cada persona participó en la organización, desde los niños hasta los ancianos. El éxito de la competencia se vió empañado por la desgracia acontecida el último día, tras disputarse la final, durante la entrega de trofeos y medallas.

Efraín Sotelo ha participado de la recientemente publicada gacetilla “Ojo con el balero” que inicialmente tenía por objetivo describir todos los pormenores y resultados del campeonato, y que ahora cuenta con un anexo donde se agregan los hechos de la tragedia deportiva. La gacetilla comienza describiendo el clima de hospitalidad y alegría reinante:



“El Campeonato de Balero llegó con todo su esplendor a nuestro pueblo. La disciplina, el juego del balero, contaba con cuatro categorías: masculina y femenina, de mayores y de menores. Para una comunidad bastante retrógrada, como la nuestra, fue interesante el hecho de que participaran mujeres.

Hubo pocos participantes locales debido a la nula capacidad de embocar constantemente, nuestros paisanos podían embocar la primera vez pero de ahí en adelante se bloqueaban, acaso por los nervios o la presión de la localía o el escaso talento. En el clasificatorio, disputado una semana antes del torneo, sólo dos mujeres de las nuestras pudieron acceder a la fase final. Hubo un caso de descalificación, el de Atilio Masantonio, quien utilizaba un balero modificado: un mate. Además de la expulsión del torneo no recibió ninguna otra pena, cebaba unos mates de novela.”

El Campeonato argentino se desarrollaba en cuatro días consecutivamente. El primer día se determinaban los finalistas de la categoría menores, tanto en femenino como en masculino. Las competencia comenzaban bien temprano y finalizaban al atardecer. El segundo día era el tiempo de ver en acción a los mayores, quienes se eliminaban en una competencia de mayor nivel técnico. José Melgarejo sería el relator de las finales del día domingo, honor que otorgaba mayor brillo a la organización.

“La voz oficial del Torneo fue la de José Melgarejo, célebre y talentoso relator que colaboró en el evento tras una ardua negociación:

-Queremos que usted sea el relator del Campeonato, Melgarejo.
-¿Cuántos equipos juegan ese campeonato?
-No son equipos, es un torneo de balero.
-¿De balero? Nunca relaté balero, me sabrá disculpar.
-Mire que le ofrecemos una suma interesante, para nada despreciable.
-¿Buena suma? Dígame más de esa suma.
-Dos baleros a estrenar más un banderín de la Asociación argentina pro-balero más diez kilos de yerba más cinco kilos de azúcar. ¿Qué le parece?
-Me parece que ando corto de eso víveres, acepto.”

El viernes se pudieron observar a los candidatos al título. Entre los hombres había un interés menor ya que no había representantes locales, pero entre las mujeres nuestras dos jugadoras habían logrado llegar a la final del domingo, a disputarse entre ocho contrincantes. Había, naturalmente, una rivalidad creciente entre ambas, al punto de no hablarse durante el torneo, pese a ser primas cercanas.

“Ana Laura Bernárdez se destacó rápidamente en el torneo, más por su geografía personal que por su habilidad en el deporte que practicaba. Había aprendido a jugar con su abuelo, quien le diseñó un hermoso balero, tallado con la Batalla de Cepeda. El abuelo Bartolomé no sabía jugar, era carpintero y conocía su oficio, resultando un excelente creador de baleros de variadas formas y con insignias diferentes. Ana Laura comenzó a practicar con un balero viejo, desgastado por el tiempo y las termitas, y aprendió en soledad.

Luisa María Mercado también aprendió con su abuelo, que era el mismo Bartolomé. Pero ella exigió un balero como la gente, rechazando una veintena de nuevos y relucientes baleros que el abuelo le presentaba. Finalmente se quedó con uno que tenía una inscripción breve: hasta la victoria siempre. Su voluntad era mayor a su talento, que era mayor a su nivel de belleza, que podríamos definir como rústico.”

Entre los muchachos el nombre importante era el de Ulises Balbuena, tricampeón vigente, que contaba con una extraordinaria habilidad, reconocida en el exterior. Ese reconocimiento, sin embargo, podía justificarse en lo ignorado que era este deporte fronteras afuera. Poseía el récord panamericano de victorias consecutivas y fue el más jóven campeón argentino de la historia. Su llegada conmocionó a todos:

“La carreta que sirvió como transporte del señor Balbuena, una vez reconocido el mismo, fue rodeada por la muchedumbre que luchaba para conseguir un autógrafo, un saludo o apenas tocar al campeón. Varias señoras, entradas en años y en carnes, le arrojaron bombachas y corpiños que el galante deportista guardaba para su colección personal. Así se llamaba su tienda de ropa interior, “Colección Personal”, ubicada en las cercanías de la ciudad de Los Toldos.”

La población local siempre fue machista y adoraban a Ulises por ser el campeón, nunca antes lo hubieran tenido en cuenta, pero el campeonato exaltaba los ánimos y se trataba del campeón de algo. Lo mismo daba que fuera balero, fútbol o básquetbol. Pocos campeones pisaban este suelo y eso era una gloria mayor que tener a dos mujeres en las finales, salvo que ganaran el torneo. A lo sumo, en el mejor de los casos, habría una campeona y una subcampeona. Una ganadora indiscutible y una perdedora de finales.

“Desde pequeñas solían disputar por cualquier motivo. Fue así que Ana Laura le robó el novio a Luisa María cuando ambas contaban doce años, sólo para derrotarla en ese terreno. Una vez robado, Ana rechazó puntualmente cada intento del muchacho por establecerse como novio oficial. Luisa había sido la primera en besar a un chico y en conocer la gran ciudad.”

No puedo encontrar otro motivo que la estupidez suprema para justificar el accionar de unos grupos que hacían las veces de hinchada. Vestidas con un color característico, además de seguir con incansable tesón a su favorita, su conducta dejaba mucho que desear:

“El ambiente colaboraba con la rivalidad familiar. Pronto surgieron las analauristas, vestidas de rojo y con cantos hirientes y procaces. Instantáneamente aparecieron las luisistas de maría, chicas con mucha imaginación, vestidas de verde y de gran agresividad verbal. Estos dos bandos fueron ganando importancia durante las competencias, amedrentando rivales, presionando a jueces, enrareciendo el clima de hospitalidad que reinaba cuando no estaban jugando las primas.”

Las partidas disputadas por los menores fueron entretenidas, pero sin la pasión que despertaban los mayores. El sábado se conocieron a los campeones de la categoría y hubo un ambiente familiar que hermanaba a locales con forasteros. Los festejos contemplaron fuegos artificiales, galletitas dulces y leche chocolatada, fría o caliente. Fue un sábado muy distinto a lo que sucedería al día siguiente:

“El domingo comenzó con la disputa de los cuartos de final, en partida única, en la categoría femenina. El sorteo enviaba a las primas por caminos distintos y sólo podrían encontrarse en una final. La concurrencia era mucho mayor a la capacidad de la cancha del Sportivo Pan Casero, equipo de doña Prudencia, y se improvisaron unas tribunas de madera para poder albergar a la mayoría del pueblo. Los ocho hombres clasificados a las finales también se encontraban allí como espectadores.

Luisa María no tuvo problemas en superar a su rival, quien cometió un error infantil y no le planteó ninguna dificultad a la local. Ana Laura sufrió al enfrentarse con la campeona vigente, Etelvina Maciel, en el mejor encuentro de los cuartos de final. Tuvieron que disputar un tiempo suplementario y definieron por lanzamientos extras. La tribuna estalló de alegría cuando Ana Laura alcanzó la victoria.

Ya en semifinales el nombre de Ana Laura Bernárdez pasó a ser el de la favorita para alzarse con el torneo. Pese al cansancio por su complicado cotejo con Etelvina, Ana pudo imponerse por un ajustado tanteador y llegar así a la gran final, aunque con poca energía para demostrar su nivel real.

Luisa fue aplastante en su semifinal, luciendo segura y efectiva. No tuvo piedad de su rival y la humilló con un abultado marcador. Fue una de las mayores diferencias en todo el torneo.

Las primas disputarían la final luego de que se resolvieran las llaves de hombres, donde Ulises Balbuena era amplio favorito a repetir su título.”

Nada hacía presagiar el triste final de aquella competencia. El día de sol, el comportamiento aceptable de las hinchadas locales, la alegría general y el buen ambiente se enturbiaron al concluir la competencia:

“La final femenina se vivió como un clásico futbolero. Hubo cánticos hirientes y vulgares, bombos y papelitos picados cuando ambas rivales se asomaron al campo de juego para definir quien sería la nueva campeona argentina de balero. Toda la seguridad de Luisa en las rondas previas desapareció al comenzar la final, no es lo mismo jugar sin la presión del título. Ana aparentaba estar más tranquila y concentrada, pero en el fondo el hecho de disputar con su prima le generaba algún resquemor. Cada una con su balero propio se acercaron a los tres árbitros que llevarían adelante la final.

-Nada de trampas, juego limpio.
-Eso dígaselo a ella.
-Cállate, Ana. Anda preparando el balero para…
-Contrólense, chicas. Es una final nacional, no se manden ninguna macana. Vayan a sus posiciones y prepárense para jugar.

Ana comenzó y su performance fue correcta, no mucho más que eso. Luisa empató con algo de esfuerzo y prefirió no arriesgar, llevando la final a una segunda entrada. En esa ocasión Ana volvió a tener un rendimiento bajo para lo que es una final y esta vez Luisa decidió arriesgarse al todo o nada. Era la gloria o la vergüenza para siempre. Y fue gloria, gloria total y absoluta, gloria bien ganada.

Ulises Balbuena se impuso como era previsible en la final masculina y se armó un escenario para comenzar con la entrega de premios. Los trofeos a los campeones y las medallas para ambos finalistas. Cuando estaban todos arriba del podio, Ana Laura corrió hacia la mesa donde se ubicaban todos los elementos de la premiación y arrojó el trofeo de la campeona de balero, un balero plateado de un metro de alto y muy pesado, hacia la tribuna, con tanta mala suerte que golpeó una de las improvisadas bases y se produjo el derrumbe de personas, maderas y demás elementos que utilizaron como andamio.

Varias personas terminaron hospitalizadas aunque con heridas menores y Ana Laura Bernárdez fue suspendida de por vida para la práctica deportiva, indistintamente de qué deporte fuera. Luisa optó por retirarse de la práctica de balero y formó una familia junto a Ulises Balbuena.”

El balero ha ido perdiéndose como práctica deportiva y cayó en el olvido generalizado. Ya no se disputan campeonatos tan grandes como los de antaño y no hay medio de prensa que destaque los logros de estos oscuros y esforzados deportistas de nuestro país.

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