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miércoles, 19 de agosto de 2009

La fórmula mágica de Arístides Balmaceda

La noticia corrió velozmente entre los aficionados al deporte: Arístides Balmaceda revelaría su fórmula el próximo fin de semana, en las proximidades del almacén de don Melián. El orgullo de nuestro pago, Efraín Sotelo, tuvo la primicia y así la comentó en su programa radial, Otra vuelta de tuerca:

“-Señoras y señores, en este momento dispongo de una primicia que los aturdirá, los sorprenderá de tal manera que recomiendo estén sentados cuando, tras el comercial, vuelva con la exclusiva.
-Para bonito lo bueno, para bueno lo barato, para barato… Casa Paparatto, donde comprar siempre barato. Venga a nuestro nuevo local y elija colchón para su nueva catrera. Casa Paparatto, le lustramos los zapatos.
-Muy bien, estimada audiencia de radio La Mosca, me conmueve el sólo hecho de anunciarles que Arístides Balmaceda hará pública su fórmula el próximo domingo. Así como lo oyen, don Arístides se hará presente en el almacén de don Melián y allí, en un escenario armado especialmente para tal acontecimiento, revelará su fórmula y todos podremos utilizarla.”



Los productos de Casa Paparatto no son gran cosa. Es cierto que son baratos, pero es dudosa su calidad y breve su durabilidad. El señor Paparatto inauguró su gran tienda luego de retirarse del deporte, pero esa es otra historia. La que nos compete es la de Arístides, el artífice genial de nuestra tierra.

Don Arístides fue un destacado maratonista local, nunca le importó demasiado la gloria que conlleva la victoria y nadie pudo motivarlo para que corriera en otros lugares. Mucho forastero llegaba con la intención de comprobar si eran ciertos los rumores que acreditaban unos tiempos excepcionales y, una vez comprobados los dichos, tentarlo para que corriera en las grandes ciudades y luego en el exterior. Con nada pudieron persuadir a nuestro paisano ya que él corría por placer. Aquí Efraín Sotelo nos brinda una situación que lo pinta de cuerpo entero:

“Una vez tuve la oportunidad de entrevistar a don Balmaceda, hace ya varios años, y tuvimos el siguiente diálogo mientras tomábamos unos mates:

-Dígame don Arístides, ¿a qué se debe que nunca haya corrido por otros lares?
-Porque yo soy lo que usted llamaría un amateur.
-¿No pensó nunca en dedicarse profesionalmente a esta disciplina?
-Yo ya tengo un oficio, una profesión, no necesito hacer de cuenta que correr es mi profesión.
-¿Cuál es su oficio?
-Soy farmacéutico, de esos que usted le lleva la receta y le preparan un brebaje.
-Podría dedicarse a desarrollar ambas tareas.
-Ya lo hago, por eso soy tan rápido.
-Este mate tiene un sabor extraño, ¿qué yerba usa?
-No es yerba.”

Del diálogo anterior pueden concluirse varias cosas, entre otras el hecho de que Arístides apelaba al doping para acelerar el paso. Además de esta clara sospecha, se justifica un talento para la preparación de recetas particulares que han ayudado a toda nuestra comunidad. Cabe aclarar que Arístides no trabaja ni trabajo nunca en una farmacia, aprendió el oficio de su padre, quien trabajaba en la “Farmacia Peñalba” cuando aún no había nacido Miguel Peñalba.

Balmaceda entregaba sus preparaciones en frascos debidamente higienizados, o generalmente higienizados para ser más correcto, y nunca revelaba sus materiales extra, aunque la opinión del pueblo era que sacaba algunas hojas de rudamacho para agregar un sabor espantoso a la preparación. En su jardín trasero había una gran cantidad de plantas medicinales y de frutos exóticos, los cuales probablemente fueran utilizados constantemente en las medicinas de Arístides.

Desde el más grande hasta el más chico de los habitantes del pueblo alguna vez había probado alguno de los brebajes y curado alguna afección a partir de probar su medicina. Cuando era un hecho que nadie podría convencerlo de correr profesionalmente, los nuevos forasteros que llegaban a visitarlo eran representantes de laboratorios de aquí y del extranjero. Sotelo nos cuenta una de las visitas, de la que fue testigo privilegiado por su sentido de la noticia y por una enorme casualidad:

“Aunque no me lo crea, justo cuando estábamos bajando del caballo llegó un hombre vestido con saco y corbata, anteojos negros y amplia sonrisa, prolijamente afeitado. Arístides me miró como buscando un testigo para lo que sucedería y yo me quedé allí, como indica mi amistad con don Balmaceda y mi olfato periodístico. El diálogo fue el siguiente:

-Señor Balmaceda, un gusto saludarlo.
-Si, claro. ¿Qué quiere?
-Vengo en representación de los Laboratorios La Peste y quisiera hacerle una oferta para que trabaje con nosotros, en nuestras instalaciones.
-Te agradezco la invitación, anteojitos, pero paso. Ya le dije a muchos otros lo mismo y siguen viniendo, será que no entienden castellano.
-Nuestro entendimiento de la lengua es aceptable, le aseguro. Pero por otra parte, y con el debido respeto que me merece, pareciera que usted no llega a comprender la dimensión de nuestra oferta.
-Me quieren sacar las recetas, que me vaya de mi casa para arrancar el jardín y ganar plata con mis ideas. Si usted llama negocio a eso le puedo asegurar que me está tomando por estúpido.
-Acaso otros le hayan ofrecido ese trato, nuestro laboratorio no pretende arrancar nada de su casa.
-Me quieren arrancar a mí.
-Es elemental que usted trabaje en nuestro laboratorio.
-Entonces no pierda más tiempo y vuelva por donde vino.
-¿Cuál es su precio? Apenas me lo diga le firmo un cheque por ese monto.
-¿Mi precio? Usted no me puede comprar, ni usted ni nadie. Váyase antes de que lo saque a patadas.”

No fue ese el último representante de laboratorio que visitó a Balmaceda, pero todos corrieron la misma suerte. Por eso sorprendía tanto que Arístides Balmaceda hiciera pública una de sus recetas, la más buscada, la clave de la alta velocidad. No sólo se podría revolucionar a todos aquellos deportes donde los atletas necesitaran aumentar su velocidad, sino también todos los que requirieran de correr. Imaginen un tenista que corre de un lado a otro con asombrosa velocidad, o un futbolista que sube y baja pegado a la línea lateral en breves segundos. La revolución deportiva se conocería en el futuro, pero el fin de semana se asistiría al momento fundacional del nuevo deporte, el deporte de velocidad extrema.

La reacción ante tal situación despertó dos corrientes de pensamiento opuestas: por una parte estaban los progresistas que apreciaban positivamente los beneficios que podría generar la receta de la velocidad, y por otra parte estaban los esteticistas que se oponían a tal revelación porque aseguraban que la esencia del deporte, de cualquier deporte, no estaba en la velocidad sino en la habilidad y la belleza. Efraín Sotelo no se perdió la oportunidad y organizó un debate entre ambos bandos.

“-Muy buenas tardes damas y caballeros, aquí estamos hoy con el debate entre quienes prefieren que la fórmula de Arístides Balmaceda se quede en secreto y quienes alientan la revelación a producirse este fin de semana, el domingo más precisamente. Preséntense ante el público, por favor.
-Me llamo Ezequiel Barone y creo que se debe publicar la fórmula para que el deporte salga del estancamiento en el que se encuentra y del cual sólo se mueve a partir de sustancias prohibidas.
-Mi nombre es Humberto Manfredini y pienso que no se debe revelar la fórmula porque no será en beneficio de nadie, se transformará al deporte en unos cuantos jugadores corriendo detrás de una pelota o de algo y es, señor Barone, un doping tan grande y evidente que no se puede disimular.
-El doping es con sustancias sintéticas, nada natural podrá producir una reacción antinatural del cuerpo.
-Ahora el doping tiene contrato de exclusividad con las drogas de laboratorio. Nos toma por ignorantes, Barone, si quiere discutir esgrima argumentos válidos y deje sus trampas en otra parte.
-No se niegue al progreso, Manfredini, más tarde o más temprano se llegará a obtener lo que la fórmula de Balmaceda dice. Poner una piedra ahora sólo es retrasar lo inevitable.
-Habla tan convencido que se nota su corta visión deportiva. Si quienes manejan la organización del deporte y nosotros, que somos los espectadores del deporte, nos concentramos en la belleza y en la esencia de cada deporte entonces no llegará ninguna de esas cosas que usted predice, ni ahora ni en cien años. Cuando seamos autómatas y renunciemos al pensamiento, en ese momento, recién podrán ser posibles sus ideas.
-Usted es bastante autómata y le comunico que no se puede renunciar a lo que no se posee.
-Si ese va a ser el tono de la discusión, prefiero hablar con mi perro.
-Yo prefiero hablar con Sotelo.
-Vamos a una pausa mientras Barone y Manfredini calman los ánimos. Volvemos tras los comerciales.”

La polémica estaba instalada y el domingo, desde muy temprano, había una gran cantidad de gente que pugnaba por acercarse al pedestal desde el cual Balmaceda revelaría su fórmula. Casi prolijamente se habían dividido los que estaban a favor, en la derecha del lugar, y quienes se oponían, sobre la izquierda.

Efraín Sotelo transmitió en vivo desde el lugar para la radio en la que se desempeñaba, el siguiente es el relato conmovido de nuestro orgullo local:

“-Aparece don Arístides Balmaceda en el pedestal, tuvo que atravesar el tumulto pero logró llegar. Tiene unas hojas en la mano y los lentes para leer de cerca. Escuchemos su discurso histórico.
-Antes que nada quisiera agradecer al pueblo por haberse convocado en el día de hoy. Yo les confieso que hubiera preferido salir a estirar las piernas, aprovechar el solcito madrugador y llenar mis pulmones con el aire puro que me prestan los árboles. Sin embargo habíamos pactado revelar mi fórmula mágica en el día de hoy y aquí me tienen, arrepentido y aterrorizado pero presente.
-La gente aclama desde todas partes, los que lo apoyan y quienes se oponen.
-Quiero decirles que lamento profundamente la división que he producido entre los que ansían obtener mi fórmula y aquellos que prefieren la atesore para siempre. Sabrán entender que ninguna de las opciones dejará contentos a todos, si la revelo o si la callo. También quiero anunciarles que he realizado otro experimento recientemente y que los resultados no fueron felices.
-La gente comienza a impacientarse y reclama la publicación oral o escrita de la fórmula de la velocidad extrema, con un comportamiento típico de quien desea mayor velocidad.
-Me voy a detener en mi última experiencia. Hace una semana tomé la decisión de simular que mi talento, mi velocidad mayor a la media, se debía a una fórmula mágica. Anuncié a la prensa que el domingo la publicaría para que todos la utilizaran como le viniera en gana y que ningún laboratorio podría comprarla. La reacción fue inmediata, triste e inmediata. Algunos me acusaron de hacer doping cada vez que corría, otros me defendieron negando que fuera doping el ingerir una sustancia que mejoraba mi rendimiento. Creo que ambos perdieron de vista que había una persona a quien le ocurren cosas, utilizando un doping nuevo o uno conocido, uno legal o uno ilegal. En ninguno de los casos se preocuparon por visitarme y corroborar su teoría. Es fácil hacer teoría desde la casa, protegido del frío o del calor.
-La gente se ha quedado callada por completo. Se puede escuchar el vuelo de una mosca.
-No existe tal fórmula porque nunca tomé nada para correr más rápido. Si no me importa ganar, ¿para qué me iba a drogar? Pero esto no es lo más grave, lo más grave es que si me hubiera drogado nadie me hubiera ayudado, a nadie le preocupa un drogadicto retirado de la competencia.”

Las miles de personas que asistieron al discurso se retiraron en silencio, con la mirada en el suelo y bajo una lluvia tenue que los humedeció sin hacer distinciones.

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