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lunes, 28 de septiembre de 2009

JR Carrasco: charla técnica

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Bilardo contra Closs

En el diario Olé se publica lo siguiente:

"El tema es así, así -repitió y arrancó-. A Miguel Dalassio, un muchacho que trabaja con nosotros hace mucho tiempo, Closs le dijo dos horas antes del programa que eligiera: '¿De qué lado estás, con Bilardo o conmigo?'. 'Quedate con él, si yo no sé si vengo mañana', le dije yo. ¡Celossss! Todo porque hablé con Niembro y le pasé seis o siete nombres de la lista de Diego. Es más, llamé a Mancuso para decirle que si después los veía en algún lado había sido yo. No tenés barrio, ni códigos. ¿Quién se piensa que es? ¿Víctor Hugo Morales? ¿Muñoz? No tiene trayectoria, hay que tener antecedentes. Para mandar hay que tener autoridad, pero autoridad moral... Si no tenés calle, códigos, ética, no podés mandar. Sos un gil. Lo que pasa es que le tienen miedo porque él define quién va a cada transmisión los fines de semana... Tiene 20 maricones que le dicen todo que sí porque si no los echa. El Colorado (Liberman) me contó que Closs lo hizo echar. Y era su amigo. A mí me chupa las pelotas. Si soy soltero y tengo que matar, mato"

Ya sabemos con qué bueyes haramos...

viernes, 18 de septiembre de 2009

Sánchez y Sánchez

Isidro Sánchez es un reconocido estanciero, vecino de nuestro pueblo, amable con todos y respetado por todos. Ha formado una familia con doña Remedios Vigilia y tienen un hijo, Evaristo Sánchez, que ha seguido los pasos de su padre. Actualmente ambos mantienen una relación correcta, no demasiado cariñosa y suelen encontrarse en los festejos familiares o en las fiestas del pueblo. Evaristo es dueño de un tambo que maneja con mucha inteligencia. El hecho que los ha distanciado es motivo de estas líneas.

Como casi todos los habitantes de este pueblo, don Isidro comenzó su juventud con la intención de ser un destacado deportista. Tuvo la chance de jugar a la rayuela con don Melián, quien le demostró con crueldad su escasa idea del juego y su inexistente habilidad para jugar. Esto no desanimó al muchacho, siempre el fútbol es más convocante que los demás deportes y fue a probarse con el Carpincho Unido. Efraín Sotelo, el crédito de nuestro pago, nos describe aquella situación en su doble biografía “Sánchez al cuadrado: uno peor que el otro”, reimpresa en varias ocasiones:

“Cuando Isidro Sánchez pisó el pastito recién cortado de la cancha del Carpincho Unido, cometió un sacrilegio. La policía debió haberlo llevado detenido por la sola intención de ser un jugador de fútbol, cosa que no podía siquiera simular. Pies redondos, rodilla inflexible y ningún sentido de posicionamiento dentro de la cancha fueron las características que don Isidro presentó ante un entrenador de juveniles estupefacto. El resto del joven plantel estaba tirado sobre el césped, con la panza para arriba, en un ataque de risa que casi les desgarra el abdomen.”

El fútbol es deporte de brutos. Al menos eso pensó Isidro Sánchez, no tanto por estar convencido de ello sino porque le daba cierta tranquilidad a su alma. Podía ser un espantoso jugador de rayuela, pero nadie le echaría en cara sus fracasos con la piedrita. El fútbol era diferente, no había manera de disimular la poca gracia que tenía en la práctica de ese deporte. Su último intento fue con el básquetbol, deporte del que algunos hablan como uno de esos que pueden jugar todos. Isidro medía poco más de un metro con ochenta centímetros, y por falta de mano de obra terminó jugando con un equipo conformado por albañiles: faltaban seis jugadores para llegar a ser los mínimos diez que requiere un partido de básquetbol. Efraín Sotelo nos cuenta respecto a ese equipo amateur:

“El equipo de los albañiles se inscribió en un torneo luego de jugar apenas tres partidos entre ellos. Isidro jugaba de base armador, era el único que podía picar la pelota de un aro al otro sin perderla o hacerla picar sobre un pie, propio o rival. El equipo sumaba diez jugadores, contando a Sánchez, y todos tenían características semejantes: fuertes físicamente, poco dotados en el manejo del balón y con una pésima puntería más allá de los dos metros de distancia respecto al aro. El único que embocaba triples, y embocaba uno cada muerte de obispo, era el propio Isidro, que a partir de su posición en la cancha y sus limitadas pero superiores habilidades pronto se convirtió en el capitán y el símbolo del equipo. Los albañiles de Sánchez optaron por ese nombre porque era su líder y porque estaban efectuando arreglos en su casa.”

El equipo tiene un breve paso por la historia basquetbolística de nuestro pueblo, apenas dos temporadas, pero dejaron su huella indeleble. En esos dos años ganaron cuatro partidos y perdieron cincuenta y seis. Nunca descendieron por la simple y sencilla razón que no había descenso. Su defensa era muy esmerada y hasta aceptable, pero su ataque era muy pobre y les costaba una enormidad superar los cuarenta puntos. Sotelo nos cuenta cómo fue la despedida de Sánchez de aquel equipo y de la práctica deportiva:

“El último partido de Los albañiles de Sánchez fue una ajustada derrota por cuarenta y nueve a cuarenta contra Los algodoneros del Terrateniente. En aquel juego los números de Isidro fueron destacables: quince puntos, incluido un triple, seis rebotes y cinco asistencias, sin pérdidas. Vale aclarar que los algodoneros jugaron todo el partido con cuatro jugadores porque el resto se quedó trabajando en el campo.”

Isidro depositó sus ansias deportivas en Evaristo. El chico parecía más hábil que su padre y pronto ilusionó con una carrera promisoria en algún equipo de la zona. Descartó el fútbol y la rayuela, deportes en los que el fracaso de su padre no lo motivaban en lo más mínimo. Era un gran jinete y tenía muy buena puntería con las boleadoras, cualidades que no se reflejarían en deporte alguno, al menos en los deportes legales. Según nos cuenta Efraín Sotelo, el magnífico periodista, la casualidad llevó a Evaristo a convertirse en deportista:

“El pequeño Sánchez parecía más interesado en los trabajos del campo que en el deporte. Los intentos del padre por motivarlo en la competencia parecían haber fracasado cuando Evaristo cumplió dieciséis años. Pero no fue así: Isidro le regaló su camiseta número ocho, la que utilizaba jugando con los albañiles, y este regalo sentimental generó una obligación en el hijo. Una obligación tácita desde luego, convengamos que el padre estaba obsequiando esta musculosa como cierre definitivo a sus intentos por hacer de Evaristo un deportista de alto nivel. En el corto plazo pareció haber sido una buena noticia, pero con el correr del tiempo resultaría contraproducente.”

Evaristo poseía el mismo físico que su padre en los años de juventud, sobre el metro ochenta y bien formado. A diferencia de Isidro, el muchacho era ágil, se adaptaba rápidamente al juego y podía picar la pelota sin demasiados inconvenientes. Luego de unos meses practicando con su padre llegó el momento de probar su calidad en un equipo. Así nos dice Sotelo:

“Un atardecer en la estancia Sánchez, uno como tantos otros atardeceres, fue el marco con el cual ambos establecieron los límites del amateurismo. Evaristo debía probar suerte en un equipo profesional, así lo entendió Isidro y le dijo:

-Me ganaste otra vez.
-Te dejaste ganar… o tiras muy mal.
-Creo que llegó el momento de ser basquetbolista, uno profesional, Evaristo.
-Yo no estoy tan seguro. A mi me gusta jugar un rato, no sé si quiero vivir jugando al básquet.
-Pero tenés el talento, aprovéchalo.
-Lo voy a intentar, así habrá dos basquetbolistas en la familia.
-Sin lugar a dudas.

Evaristo fue a la canchita del Caña de azúcar, un equipo de mucha tradición en el básquetbol local. Pasó la prueba física y quedaron satisfechos con el potencial que demostraba el chico. Según la opinión del canguro Salazar, Evaristo Sánchez podría llegar lejos si pulía algunos detalles.

Los partidos iniciales de Evaristo lo vieron pasar mucho tiempo sentado en el banco de suplentes. En su puesto de base organizador estaba el milanesa Gonzaga, veterano y glorioso jugador del club que estaba jugando sus últimos partidos. La idea de Salazar era moldear a Evaristo para que fuera el reemplazante natural de Gonzaga en el futuro del equipo. El milanesa hablaba mucho con Sánchez, a quien adoptó como discípulo inmediatamente de llegado al plantel.

-Venga Sánchez, hoy le voy a enseñar lo que es bueno.
-Dígame, Gonzaga.
-Usted es el nuevo, los novatos como usted son quienes están destinados a las tareas más elementales que necesita un plantel para estar fuerte y unido.
-Comprendo.
-No comprende nada, cállese y déjeme hablar a mí. Le decía que tiene las tareas más elementales, usted Sánchez es el pegamento que sostiene a este equipo.
-Ya le barrí la habitación, le pagué la garrafa que adeudaba y saqué a pasear al perro, ¿qué más quiere que haga por usted, Gonzaga?
-Lo primero que quiero es que se deje de quejar. Lo segundo es que me compre un kilo de milanesas en el almacén de don Melián, que ahora agregó carnicería. Páguelo usted que después le alcanzo la plata.”

No era casualidad el mote de Gonzaga. De carne vacuna, de pollo o de pescado, las milanesas eran parte fundamental de su dieta. Su madre lo acostumbró desde pequeño, apenas con dos semanas ya tenía una milanesa entre sus manitos, con la que establecía una lucha desigual al no tener dientes. Generalmente comía todo el pan rallado, dejando la carne en perfecto estado para volver a ser empanada y refrita para la siguiente comida.

La familia Gonzaga era de condición humilde y de personalidad avara. Durante su primera infancia lo mandaban al colegio para evitar cocinar al mediodía y ya más grande lo entrenaron para que fuera cuatrero, sin distinción de vecinos. El chico enderezó su vida a partir del básquetbol, recomendado por la directora de la escuela.

“La supervisión de Gonzaga desde el campo de juego y el seguimiento de Salazar desde afuera sirvieron para brindarle a Evaristo todos los secretos del deporte. Mejoró su tiro de tres puntos, fortaleció su cuerpo y aprendió a utilizarlo como un recurso más, logró tener un panorama extraordinario de lo que acontecía dentro del rectángulo de juego y, a partir de esto, sus pases sorprendían a la defensa rival.

Finalizada su primera temporada, de sabor agridulce para el menor de los Sánchez, aprovechó sus vacaciones y el retiro del milanesa Gonzaga para entrenar juntos, previo a su debut como base titular.

-Tiene una oportunidad única, Sánchez. No la desaproveche.
-Espero poder estar a su altura.
-Tendría que haber ido más al colegio, yo mido un metro setenta y tres, ya sobrepasó mi altura, Sánchez.
-Quiero decir su altura basquetbolística.
-¿Qué altura es esa?
-Es una forma de decir, quisiera alcanzar su nivel como jugador de básquetbol.
-¿Porque mi nivel es más alto que mi altura basquetbolística?
-No, dejemos de lado la altura.
-Ahora te haces el loco porque sos más alto.
-Usted es el espejo en el que me quiero ver reflejado como jugador.
-Un espejito de baño, ¿no cierto? Te voy a romper la cabeza, Sánchez.”

Isidro Sánchez estaba orgulloso. Orgulloso y un tanto celoso. Evaristo jugaría una temporada completa como base titular de un equipo importante, reemplazaría nada menos que al milanesa Gonzaga y además era mucho mejor jugador de lo que resultó ser su padre. Durante la primera temporada don Isidro no se perdió ninguno de los partidos que disputaba el Caña, lo seguía de local y visitante.

En la segunda, sólo iba a los partidos en casa, argumentando lo complicado que era viajar a otros pueblos con tanta inseguridad. Decía don Isidro que no era partidario de la protección policial, si quería ver un partido no era necesario prepararse para ir a la guerra. Y si era necesario, entonces no saldría de su estancia.

“Evaristo no alcanzó el nivel de su mentor durante la primera temporada como titular, pero su papel fue digno. El equipo cayó derrotado en semifinales, un resultado aceptable para un equipo en construcción y con varios novatos en sus filas. Para el siguiente año el objetivo era ganar el torneo y para eso contrataron a Byron Thompson, norteamericano que había llegado a nuestras tierras fugándose de las propias.”

El señor Thompson era un muy buen pívot, un jugador que jerarquizaba al equipo y lo ponía inmediatamente como candidato al título. Sus movimientos en el poste bajo era excelentes, al igual que su capacidad rebotera, y una defensa individual de alto calibre lo establecían como el jugador a vencer para los equipos rivales. Su presencia abriría espacios para los lanzamientos más lejanos al canasto y para las penetraciones letales hacia el aro. Sotelo nos comenta cómo fue el inicio del señor Thompson en el Caña de azúcar, en la tercera temporada de Evaristo Sánchez:

“Evaristo duplicó su promedio de asistencias a partir de la llegada de Byron. El negro era imparable y podía hacer un desastre aunque lo marcaran los cinco contrincantes, los árbitros y media parcialidad rival. Parecía que fallaba lanzamientos para aumentar su cantidad de rebotes ofensivos. Salvo su horrible porcentaje de tiros libres, el resto de sus aptitudes le aseguraban un futuro estelar jugando en el básquetbol de las grandes ciudades, y así fue que ocurrió. Un equipo cordobés firmó un pre-contrato con el que se aseguró los servicios del yankee para el año entrante. Este movimiento no le daba margen de maniobra al Caña de azúcar y era el momento para ganar obligatoriamente la competencia, sin excusas de por medio.”

Los aficionados al básquetbol estaban entusiasmados con la dupla Sánchez-Thompson, y llenaban los estadios donde se presentaban. Fue la sensación deportiva del año, junto al lagarto Esteche, piloto que ganó el rally local sin bañarse durante todo el desarrollo del mismo. Fue la primera vez que le entregaron el premio a un ganador sin permitirle bajarse del automóvil que conducía.

Los muchachos del Caña llegaron a la final y en el partido decisivo ocurrió el hecho que produjo la ruptura familiar de los Sánchez. Tras haber ganado ambos equipos dos partidos como local, el Caña de azúcar definía en casa el título contra los Zapatos de Charol, acérrimo rival y duro enemigo. El partido llegó igualado a los minutos finales. Thompson sumaba treinta puntos y catorce rebotes mientras Sánchez tenía veintidós puntos y once asistencias, incluyendo tres triples. La siguiente es la crónica de Efraín Sotelo:

“Con sólo treinta segundos en el reloj y el partido empatado en sesenta y ocho, la pelota le pertenecía a los zapateros. Diseñaron la jugada clásica de distracción zapateando, colocando una cortina en la zona alta para liberar a un tirador. Tal vez se apresuraron, pero la pelota entró limpia y colocó al equipo con dos puntos de ventaja faltando seis segundos.”

En este momento las malas lenguas dicen que lo vieron a don Isidro contener un festejo. Alguno asegura que Evaristo lo notó. No hay pruebas que apoyen esta teoría, continuemos con Sotelo.

“El pequeño Sánchez tomó la responsabilidad de empatar o superar con su tiro a los zapateros. Le pidió una cortina a Thompson, que más que cortina impuso un muro infranqueable a sus oponentes. La pelota ingresó al cesto desatando la locura del estadio y enviando el partido a tiempo suplementario. Todos en las tribunas estaban enloquecidos, salvo Isidro, quien parecía mantener la calma al comprender que sólo se había logrado el empate y que faltaba para alzarse con el triunfo. Evaristo tomó mal esa actitud de su padre y su lenguaje corporal así lo hizo saber al mostrar el dedo mayor extendido durante algunos segundos.

El suplementario mostró al equipo local aplastando a su rival, a Thompson encestando cuarenta puntos, a Sánchez comiéndose el corazón de sus rivales. Fue una actuación consagratoria del jóven Sánchez y varios cazatalentos le habían puesto el ojo para llevarlo a un equipo importante del básquet nacional.”

Evaristo Sánchez no volvió a jugar al básquetbol profesional nunca más. Rechazó varias ofertas de clubes grandes del país, opciones que agradeció puntualmente y que desestimó de igual forma. Disputó algunos partidos a beneficio intermitentemente, donde quedaba demostrado su talento, todavía intacto.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Canciones para Diego Maradona

lunes, 7 de septiembre de 2009

La leyenda de Maradona tras la derrota contra Brasil

"La leyenda del 10 no se mancha" por JJ Becerra

Un periodista italiano le preguntó a Maradona en Buenos Aires, el jueves por la tarde, si su leyenda continuaría en el caso de que la Argentina cayera ante Brasil. [...] no quiso responder. De modo que voy a responder en su nombre.

Las leyendas no se alteran ni continúan sencillamente porque no pueden, es decir que no evolucionan ni se desgastan. Son unidades selladas de sentido y las carga la historia. Unos pocos hechos sucesivos alcanzan para abrir una leyenda y, al mismo tiempo, blindarla para cualquier lluvia de ácido que pueda ensombrecer su posteridad. Y, como una licencia que se toma el género, los hechos desgraciados que puedan más tarde envolverla o empañarla terminan siempre produciendo el efecto de un aporte positivo.

La Argentina cayó ante Brasil por la diferencia lógica que hoy día separan sus respectivas fuerzas [...]

Hay una cosa que se llama realidad. ¿Y qué es la realidad si no la enemiga pública número uno de la expectativa? La realidad es, por lo general, todo lo que le niega existencia a la ilusión. Frente a la realidad del fútbol, que produce Brasil, una realidad que es histórica, estadística y sobre todo actual, no se nos ocurrió mejor idea que adelantarnos a los festejos. De algún modo, acaso patológico, se entiende que nos peinemos aunque sepamos que no nos van a sacar la foto: si contra Brasil no festejamos antes, ¿cuándo vamos a festejar? Nunca, o casi nunca.

[...] Diego no supo encontrar un esquema seguro de contención ante los futbolistas más dotados del mundo, pero sólo habría que achacarles directamente a los errores defensivos las causas del gol de Luisão, mientras que el segundo y el tercero son, de algún modo, típicos goles brasileños, siempre convertidos por sus ases del rebote y de esos contragolpes que dan escalofríos y que han comenzado a ser la gran arma de todos los equipos que ganan. La belleza del tercer gol, y su violencia –un facón que se clava en la manteca– fueron de una intensidad y de una superioridad ante las que deberíamos rendirnos, y nos rendimos.

[...]

La nota completa en Crítica

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